Ciudad de Dios: Más que ficción una realidad



Es fácil mirar una película y ver la historia de Zé Pequeño y Buscapé, niños que crecieron en una favela en Rio de Janeiro, ciudad de contrastes: Copacabana haciendo alarde del lujo, poderío y “Ordem e Progresso”, en contraposición a  Rocinha, Pavão-Pavãozinho, Vidigal y Dona Marta, en el sur de la ciudad, así como Cidade de Deus , Fazenda Coqueiro y Nova Cidade en el oeste, Complexo do Alemão y Complexo da Maré al sector norte.
En el caso de la película, se localiza en la Cidade de Deus en las décadas 60-70, épocas cruciales en la vida de dos infantes que aspiraban cosas muy distintas. Zé Pequeño anhela controlar la zona, mientras que Buscapé quiere ser fotógrafo. El tiempo transcurre y ambos niños inmersos en la realidad que viven, logran materializar sus sueños, Dadinho cambia su nombre  por  Zé Pequeño y se convierte en un narcotraficante importante de cocaína en la zona, mientras que Buscapé a duras penas, logra salir del círculo de violencia y empieza a trabajar en un periódico que hace caso omiso a este barrio anárquico, pues saben la peligrosidad que encierran sus callejuelas y los niños armados que son utilizados como carnadas. El filme transcurre y cada vez más menores de edad desean unirse a la banda de Zé Pequeño quien los entrena y les da un arma. Irónicamente, la mayoría de los pequeños  son analfabetos, algunos apenas saben hablar fluidamente, pero, son expertos en el manejo de armas. Buscapé, por su parte, siente temor hacia su amigo de infancia, no obstante, lucha contra la adversidad. Un día se anima a fotografiar el interior de la favela, despertando el interés público al mostrar corrupción policial y tráfico de armas, empero, el gran mafioso, aprovecha la oportunidad de estar en el ojo público para infundir terror, sin pensar que se convertiría en el principal objetivo de un sistema de justicia colapsado que pretende callar los reclamos sociales y atraparlo.

En medio de la situación anterior, se evidencian una serie de conductas y de valores que moralmente y de acuerdo al contexto fortalecen los antivalores, por ejemplo: la fidelidad, la solidaridad, el respeto, la obediencia, en el caso de los aliados de la banda; los insurrectos pasan a ser enemigos que serán eliminados cruelmente. Es notorio, como las personas que están dentro de la banda admiran a Ze Pequeño porque se impuso y triunfó aunque haya sido sobre arena movediza, si se puede comparar de alguna forma, con las vivencias cargadas de dificultades así como también carencias económicas que sufrió siendo chico.

Además se destaca, la labor por parte de la policía que permite que la favela sea tierra de nadie, donde las personas viven aterrorizadas siendo conscientes que cualquier momento puede propiciar un enfrentamiento donde pueden morir, aún siendo inocentes como se puede observar en la película. Cuestionar el papel del gobierno se convierte en una tarea difícil, pues, se hace de la vista gorda, ya que, está involucrado en el tráfico de drogas y de armas, por tanto, intervenir en dicha empresa sería cavar su propia tumba, pues, daría a conocer fallas que han maquillado, mediante informes y capturas a unos cuantos que horas después dejan ir.

Comparando lo que presenta la película con la realidad, se puede ver que no dista mucho,  pues estas vivencias son apenas una pequeña muestra del panorama general que hay; me gustaría decir que nuestro país está exento de esta problemática, mas no puedo afirmar tal falacia. Desgraciadamente, Costa Rica se ha vuelto un territorio liderado por grupos de narcotraficantes en todas sus formas, desde las narcofamilias, los burros, hasta los grandes políticos que conforman redes del narcotráfico.

Personalmente, cuando miraba el filme, no podía hacer otra cosa que establecer semejanzas entre ambas regiones, Brasil y Costa Rica, áreas geográficas de belleza exuberante así como de paraísos del narcotráfico, de la prostitución y de la trata de personas. En el caso de la “Suiza Centroamericana” que de Suiza conserva sólo el nombre puede palparse la crisis que atraviesa, para nadie es un secreto que el Valle Central zona que alberga la mayor cantidad de fuerzas y de medios productivos se ha convertido en un territorio inseguro, la periferia ha pasado a figurar como una zona intransitable dados sus múltiples actos violentos, ya que, los asesinatos, hurtos, robos y pleitos entre pandillas están a la orden del día.

No hace falta ir a Rio de Janeiro, si tenemos una Sagrada Familia, que de sagrada conserva sólo el nombre y de familia ni siquiera hay rastros, una León XXIII, que hace mérito al Pontífice aunque parezca un sarcasmo y un territorio denominado Aguanta Filo, quizás haciendo alusión al cuchillo, al arma blanca, o popularmente a la acción de "aguantar el filo", de aguantar el hambre, lo que me genera una serie de sentimientos, entre ellos impotencia, deseo de ser representada realmente por los depositarios del Poder por los cuales yo voté, hasta dan ganas de bajar la cabeza como los avestruces y esperar que pase la tempestad. Sea cual sea, la actitud que tome, es un modo incorrecto de interpretar la realidad, pues  cambiar tales coyunturas es tarea de todos los costarricenses, no podemos seguir pensando que los niños se apoderan con armas en las áreas marginales de Brasil, que las narcofamilias y la trata de personas sólo existen en Brasil y Colombia cuando miramos: “Sin Tetas No Hay Paraíso”, “Las Muñecas de la Mafia” y el éxito rotundo de algunos meses atrás “Rosario Tijeras”, ya es tiempo, de abandonar esos imaginarios sociales, pues es necesario tener objetividad y reconocer que nuestra pequeña Costa Rica de apenas 51.100 Km2 se ha convertido en un lugar cargado de violencia, de vicios, de desintegración familiar; de permanecer constante estaríamos condenados a la pobreza, sin olvidar un incremento exponencial de tales amenazas.

Como sociedad, vivimos de apariencias y no somos lo que aparentamos, pregonamos la paz cuando miles de personas mueren por causas que se pueden corregir, lamentablemente, de pacíficos sólo nos queda Óscar Arias, su Nobel de la Paz, debido al  “Acuerdo de la Paz de Esquipulas”, la paloma blanca con la que representamos tal valor y ponernos cada 15 de setiembre un lazo blanco alardeando que somos un país libre, que respeta los Derechos Humanos, donde se respira, se vive y se enseña paz,  sin olvidar, el 25 de julio cuando nos sentimos aliviados por tener a Guanacaste dentro del territorio costarricense y de esta forma disfrutar de sus playas, si es posible hasta nos quejamos de los festejos decembrinos, de verano con Palmares y Carrizal incluidos, de la globalización en general, extrañando los “tiempos de antes donde todo era mejor", pues dentro de nuestra visión mojigata los eventos anteriores son inmorales. En esas fechas, celebramos la efeméride, pero, olvidamos que todos los días somos una misma sociedad, una misma nación y por supuesto, obviamos, las problemas agobiantes que tenemos, porque somos un país de paz y recientemente  "el país más feliz del mundo, porque somos pura vida." Y ¡Qué tuanis ser pura vida!

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